jueves, 1 de agosto de 2013

NOS CONOCIMOS..


...en el primer cuatrimestre de 1964 cursando Introducción a la Literatura con Anita Barrenechea y Cowes de quien todas nos enamoramos en aquellas charlas en que nos quedábamos después de clase. Teníamos 18 años y empezábamos la carrera de Letras en aquella vieja y hermosa Facultad de la calle Viamonte. Enseguida nos hicimos amigas. Estudiábamos juntas, íbamos a los bares de Reconquista, comentábamos los libros que devorábamos. El mundo y la vida se nos abrían generosamente a partir del conocimiento y nos sentíamos felices.
Marta era extraordinariamente inteligente.  Sus notas eran siempre de sobresaliente y su agudeza intelectual le hacía permeable a cada nueva disciplina, fuera Literatura inglesa, Griego o Lingüística.
Nuestra amistad se profundizaba a medida que avanzábamos en la carrera. Nuestras charlas sobre el amor o los amores perdidos en la adolescencia (Adrogué, Corrientes) se fueron materializando en nuestros primeros novios universitarios. Su casa de Belgrano en la calle Céspedes era el lugar donde preparábamos los exámenes arropadas por su siempre callada y servicial madre que no nos dejaba ayunar. Cuando cumplió 20 años le regalamos los amigos más íntimos un disco de Thelonious Monk  que escuchábamos comentando Rayuela, el libro que más nos influyó en esos años. Y así era nuestra vida, de universitarias preocupadas sólo por lo que se desprendía de la carrera  hasta que en el año 66 se produjo el golpe de estado de Onganía que nos puso brutalmente de pie en la realidad. Los mejores profesores renunciaron,  la universidad perdió su autonomía y en los pasillos comenzaron a circular policías de civil vigilando, controlando, quizás delatando. Había que hacer algo. Y empezamos a participar en ARFyL, la agrupación de izquierda que respondía al PC que enseguida ya fue el PCR.
Y a partir de 1967  el eje de nuestras preocupaciones cambió, si bien nunca dejamos de estudiar y preparar nuestras materias. Ahora participábamos en reuniones del PCR, en manifestaciones contra la guerra de Vietnam, contra la dictadura, y en su vida irrumpió arrasando con todo, el amor militante en la figura de Hugo, dirigente también del  PCR y del Centro de estudiantes. A Hugo lo quiso absolutamente, con toda su inteligencia, con toda su emoción, con toda su capacidad de entrega. Y creo, aunque no compartí con ella sus últimos meses por la clandestinidad a la que nos obligó la vida que llevábamos, que lo quiso así hasta el final.
El año 1969 es el último de nuestras carreras, y es el de la ruptura en el PCR por parte de la línea guevarista que se incorporará con otros afluentes en FAL. Hugo cae preso en la toma de la facultad y ella estudia, trabaja haciendo traducciones, visita a Hugo en Devoto, milita en la fracción que será Fal. En 1970 nos vemos menos, la militancia nos lleva a frentes diferentes. Yo caigo a finales del 70 y ella es una presencia permanente a través de sus cartas, libros y discos en mi estancia en la cárcel pero en 1971 me fugo y ya soy clandestina hasta el 25 de mayo del 73 en que nos reencontramos. Hay una foto de ella con mi hijo de 6 meses en la plaza Francia y ya está de nuevo con Hugo que salió en libertad.
En esos meses, ya cercanas ambas al peronismo, nos vemos varias veces. La voy a buscar al Descamisado y charlamos de cómo hemos hecho este último paso también juntas aunque no nos viéramos. También hablamos de la vida, de nuestros hermanos, del amor y muy poco de literatura y casi nada de cine adonde prácticamente no íbamos. Y así nos seguimos viendo más o menos esporádicamente hasta casi el golpe del 76 y la locura que significaba seguir con la misma estrategia. Cuando empezó a diezmarse todo, y ya  eran más los que habían caído que los que seguíamos en pie dejamos de vernos. En noviembre el Bebe, querido amigo común y desparecido poco después, me dijo que Marta había caído. Me acuerdo como si fuera hoy y siento el silencio que me rodeó en esa mañana calurosa caminando por una calle de Florida. No pude decirle nada, no pude detenerme y agarrarlo de la mano o del brazo, no pude llorar. Él me dijo, cómo puede ser que  te quedés tan fría cuando te digo que tu mejor amiga cayó? Nada, no pude decirle nada.
Muchas veces, infinidad de veces soñé en Israel o en Barcelona que me la encontraba  en la calle San Juan o en Cabildo, que aparecía después de años, que venía de haber estado desaparecida, que yo sabía que había cosas que no podía preguntarle, pero que éramos amigas, las mejores amigas y que no hacía falta contarnos nada porque la amistad podía superar todo el horror.
Ana Papiol, Julio de 2013.