...en el
primer cuatrimestre de 1964 cursando Introducción a la Literatura con Anita
Barrenechea y Cowes de quien todas nos enamoramos en aquellas charlas en que
nos quedábamos después de clase. Teníamos 18 años y empezábamos la carrera de
Letras en aquella vieja y hermosa Facultad de la calle Viamonte. Enseguida nos
hicimos amigas. Estudiábamos juntas, íbamos a los bares de Reconquista,
comentábamos los libros que devorábamos. El mundo y la vida se nos abrían
generosamente a partir del conocimiento y nos sentíamos felices.
Marta era
extraordinariamente inteligente. Sus
notas eran siempre de sobresaliente y su agudeza intelectual le hacía permeable
a cada nueva disciplina, fuera Literatura inglesa, Griego o Lingüística.
Nuestra amistad se
profundizaba a medida que avanzábamos en la carrera. Nuestras charlas sobre el
amor o los amores perdidos en la adolescencia (Adrogué, Corrientes) se fueron
materializando en nuestros primeros novios universitarios. Su casa de Belgrano
en la calle Céspedes era el lugar donde preparábamos los exámenes arropadas por
su siempre callada y servicial madre que no nos dejaba ayunar. Cuando cumplió
20 años le regalamos los amigos más íntimos un disco de Thelonious Monk que escuchábamos comentando Rayuela, el libro
que más nos influyó en esos años. Y así era nuestra vida, de universitarias
preocupadas sólo por lo que se desprendía de la carrera hasta que en el año 66 se produjo el golpe de
estado de Onganía que nos puso brutalmente de pie en la realidad. Los mejores
profesores renunciaron, la universidad perdió
su autonomía y en los pasillos comenzaron a circular policías de civil vigilando,
controlando, quizás delatando. Había que hacer algo. Y empezamos a participar
en ARFyL, la agrupación de izquierda que respondía al PC que enseguida ya fue
el PCR.
Y a partir de 1967 el eje de nuestras preocupaciones cambió, si
bien nunca dejamos de estudiar y preparar nuestras materias. Ahora
participábamos en reuniones del PCR, en manifestaciones contra la guerra de
Vietnam, contra la dictadura, y en su vida irrumpió arrasando con todo, el amor
militante en la figura de Hugo, dirigente también del PCR y del Centro de estudiantes. A Hugo lo
quiso absolutamente, con toda su inteligencia, con toda su emoción, con toda su
capacidad de entrega. Y creo, aunque no compartí con ella sus últimos meses por
la clandestinidad a la que nos obligó la vida que llevábamos, que lo quiso así
hasta el final.
El año 1969 es el último
de nuestras carreras, y es el de la ruptura en el PCR por parte de la línea
guevarista que se incorporará con otros afluentes en FAL. Hugo cae preso en la
toma de la facultad y ella estudia, trabaja haciendo traducciones, visita a
Hugo en Devoto, milita en la fracción que será Fal. En 1970 nos vemos menos, la
militancia nos lleva a frentes diferentes. Yo caigo a finales del 70 y ella es
una presencia permanente a través de sus cartas, libros y discos en mi estancia
en la cárcel pero en 1971 me fugo y ya soy clandestina hasta el 25 de mayo del
73 en que nos reencontramos. Hay una foto de ella con mi hijo de 6 meses en la
plaza Francia y ya está de nuevo con Hugo que salió en libertad.
En esos meses, ya
cercanas ambas al peronismo, nos vemos varias veces. La voy a buscar al
Descamisado y charlamos de cómo hemos hecho este último
paso también juntas aunque no nos viéramos. También hablamos de la vida, de
nuestros hermanos, del amor y muy poco de literatura y casi nada de cine adonde
prácticamente no íbamos. Y así nos seguimos viendo más o menos esporádicamente
hasta casi el golpe del 76 y la locura que significaba seguir con la misma
estrategia. Cuando empezó a diezmarse todo, y ya eran más los que habían caído que los que
seguíamos en pie dejamos de vernos. En noviembre el Bebe, querido amigo común y
desparecido poco después, me dijo que Marta había caído. Me acuerdo como si
fuera hoy y siento el silencio que me rodeó en esa mañana calurosa caminando
por una calle de Florida. No pude decirle nada, no pude detenerme y agarrarlo
de la mano o del brazo, no pude llorar. Él me dijo, cómo puede ser que te quedés tan fría cuando te digo que tu
mejor amiga cayó? Nada, no pude decirle nada.
Muchas veces, infinidad
de veces soñé en Israel o en Barcelona que me la encontraba en la calle San Juan o en Cabildo, que
aparecía después de años, que venía de haber estado desaparecida, que yo sabía
que había cosas que no podía preguntarle, pero que éramos amigas, las mejores
amigas y que no hacía falta contarnos nada porque la amistad podía superar todo
el horror.
Ana Papiol, Julio de 2013.